Mankiw y la Nueva Economía Keynesiana

E.F.

En 1992, N. Gregory Mankiw escribía un artículo dedicado al resurgimiento de la Economía keynesiana[1]. En su opinión, la Nueva Economía Keynesiana (NEK) de la época tenía una serie de rasgos comunes y otros que los diferenciaban del pensamiento keynesiano tradicional. Con éste compartía el cuestionamiento de la visión walrasiana para explicar las grandes expansiones y crisis de la economía contemporánea. También, es común en el tradicional y el nuevo keynesianismo la duda sobre la capacidad del mercado para asegurar el mantenimiento de una situación de pleno empleo. El tercer punto común es la consideración de que el propio funcionamiento del mercado es una causa importante de los ciclos económicos[2].

Existen diferencias entre el tradicional keynesianismo y la NEK. Un aspecto que el NEK ha hecho más evidente es que los economistas que hoy en día se consideran keynesianos también son conscientes (o no) de que su doctrina económica no sigue necesariamente los contenidos de la Teoría General de Keynes u otros de sus escritos. Incluso, algunos de ellos, son conscientes de las discrepancias con el texto fundador del keynesianismo. Asimismo, algunos de los miembros de la NEK reconocen abiertamente la influencia del monetarismo de Friedman y de las ideas de otros autores completamente ajenos al pensamiento keynesiano.

La NEK, a diferencia de los primeros keynesianos, está mucho más preocupada por el largo plazo. Para los nuevos keynesianos, el largo plazo no es la mera adición de cortos plazos. La importancia adquirida por la Economía del crecimiento y su nuevo enfoque serían una manifestación de esta preocupación.

A pesar de los tiempos económicos de la Gran Recesión, parece que no se corre el riesgo de una situación caracterizada por un exceso de ahorro (frente al gasto) como causa de un estancamiento económico prolongado. Un corolario de ello es la consideración de la no oportunidad de un déficit público como recurso para superar los momentos de dificultad económica. Frente a la excesiva preocupación de los antiguos keynesianos por una propensión excesiva al ahorro[3], son muchos los economistas que ahora piensan que una mayor propensión al ahorro puede fortalecer el crecimiento a largo plazo. E, incluso, para algunos economistas y responsables políticos parte de los problemas actuales están vinculados a los desequilibrios globales en el ahorro, puesto que algunos países tienen un exceso de gasto sobre el ahorro nacional (Estados Unidos y buena parte de Europa) mientras que otros presentan un exceso de ahorro (China y Alemania, por ejemplo). Este desequilibrio sería un componente más de la Gran Recesión.

Un cambio mayor en la opinión entre los viejos y los jóvenes keynesianos parece encontrarse en el papel asignado a las políticas monetarias y fiscales. Para los viejos keynesianos, la política de gestión de la demanda, la política de estabilización, debía recaer en la política presupuestaria. La política monetaria vendría determinada básicamente como una política instrumental al servicio de la presupuestaria. En cambio, en la actualidad, la posición se ha invertido, la política monetaria se ha convertido en la pieza clave y principal de las políticas de gestión macroeconómica. La mejor política presupuestaria es aquella que no perturbe en absoluto a las magnitudes monetarias. De ahí, la insistencia en el equilibrio presupuestario y la sostenibilidad de las finanzas públicas.

La gestión de política económica de la Gran Recesión en Europa evidencia esta evolución doctrinaria. Pocas voces de los economistas instalados y con un público cautivo e influyente están dispuesto a aceptar un mayor protagonismo de la política fiscal. La política monetaria es suficiente, piensan; además, la voluntad del gobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi, de hacer cuanto sea necesario, reconforta este posicionamiento doctrinario.

Es cierto que dados los elevados niveles de deuda que presentan algunos países europeos (por encima del 100% de sus respectivos PIB o próximos a ellos) y el carácter estructural del déficit primario de algunas economías, aumentar el gasto público podría provocar o agravar las dificultades de las finanzas públicas. La mercado de la deuda soberana podría adquirir una gran inestabilidad y perturbar al conjunto de la economía si el nivel de los tipos de interés abandonase la actual excepcionalidad (tipos nulos o negativos). En este sentido, no sería un error insistir en la necesidad de reducir los niveles de la deuda soberana, aunque sí podría serlo depositar todas las confianzas de la recuperación económica a largo plazo en la política monetaria. Fundamentar las bases del crecimiento económico a largo plazo en unos tipos de interés reales negativos o próximos a cero parece ilusorio.

Pero no siempre están de acuerdo la Nueva Economía Keynesiana y la Nueva Economía Clásica (NEC). En la discusión entre un arbitraje entre desempleo e inflación, la primera dice que existe en el corto plazo, la segunda niega tal arbitraje para cualquier horizonte temporal. Sin embargo, ello no significa que todos los miembros de la NEK sean claramente favorables a una política discrecional frente al seguimiento de reglas de política económica. Para el propio Mankiw[1], la política discrecional es intrínsecamente inflacionista y es preferible, cuando no indispensable, seguir una regla.

Pese a la imprenta que la NEC ha dejado sobre la NEK, ésta todavía sostiene la existencia de un paro involuntario, la no neutralidad del dinero y la rigidez de los precios y los salarios.

Bibliografía

[1]    N. Gregory Mankiw, «The Reincarnation of Keynesian Economics», European Economic Review, vol. 36, pp. 559-565, 1992.

[2]    Furió Blasco, Elies, Los lenguajes de la Economía. Un recorrido por los marcos conceptuales de la economía. Editions Europeennes.

[3]    M. Feldstein, «Counter-Revolution in Progress», Challenge, vol. 31-4, pp. 42-6, ago. 1988.

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